PRESENTACIÓN
«La suprema cuestión de la vida humana no es ante todo la propia muerte sino la muerte del otro, de la persona que nos engendró, de la persona que nos ha amado, de quienes nos han sostenido por su fidelidad y fortaleza… Cuando ha transcurrido el acontecimiento del morir del ser amado, del prójimo, in-cluso del otro, nos quedamos enfrentados a la realidad de la muerte, que nos lo ha arrebatado… Comienza entonces un lento proceso de asimilación personal de aquel zarpazo de fiera violenta, que nos asaltó en el camino de la vida». Con estas palabras de Olegario González de Cardedal, teólogo español, en su libro Sobre la muerte, nos metemos de lleno en el misterio central de esta novena que queremos presentar a la comunidad cristiana.
Todos, tarde o temprano, pasamos por la experiencia de tener que despedir a alguien a quien que-remos y que ya no estará más con nosotros. Iniciamos así un proceso que nos va llevando por diferentes etapas hacia la aceptación de lo que ha ocurrido. Es un proceso doloroso, pero fecundo cuando se lo puede transitar adecuadamente. Es lo que llamamos “duelo”. Claro que para esto no hay reglas precisas, porque cada recorrido es distinto, ya que cada persona es distinta. Nadie lo transita de la misma manera.
Cuando nos toca pasar por esta experiencia, es preciso tenernos mucha paciencia, y permitirnos pa-sar por distintas emociones. Es muy común que los demás quieran aconsejarnos sobre cómo vivir el duelo, y también es muy probable que muchos de esos consejos, aun siendo bienintencionados, no nos sirvan de mucho. Por eso, más que consejos, lo que necesitamos es compartir nuestro dolor. Es muy sanador que alguien nos escuche, reciba nuestro dolor, consuele nuestro llanto. No es esto falta de fe. Al fin y al cabo, el mismo Jesús lloró ante la muerte de su amigo Lázaro.
«Todo hombre [y toda mujer] que llora está de hecho invocando a quien le pueda ayudar, suplican-do consuelo, expresando amor. Por tanto, las lágrimas no son un signo de debilidad sino de grandeza… Son cariño a la realidad y caricia a la persona desaparecida, adiós agradecido y voluntad de reencuentro… Todo el que ama llora por sí y con el amado. Y mientras haya dolor y muerte, llorarán los hombres y llorará Dios con ellos» (Cardedal).
Es verdad que para nosotros, los cristianos, la muerte no tiene la última palabra. La Pascua está en el centro de nuestra fe. Y esto significa que la muerte desemboca en la resurrección. Desde siempre los cris-tianos tuvieron esta convicción: «Cristo ha resucitado de entre los muertos, y resucitó como primer fruto ofrecido a Dios, el primero de los que han muerto. Porque, si por un hombre vino la muerte, por un hom-bre viene la resurrección de los muertos» (1 Cor 15, 20-21). Pero solo podremos llegar a la serenidad y con-fianza de la fe atravesando primero el dolor de la pérdida.
Y en este camino, la presencia de alguien que está a nuestro lado acompañándonos es altamente consolador. Llorar ante alguien es de las experiencias más hondas de la vida. Expresamos de ese modo que nadie se salva solo, y que necesitamos de los demás para seguir caminando. Por eso la comunidad es tan importante en el acompañar y estar al lado de las personas que han perdido a un ser querido. Y el rezo de una novena nos da esa hermosa oportunidad de estar allí presentes.
Lamentablemente, en nuestra sociedad moderna donde todo es veloz y andamos corriendo de un lado para otro, a veces no nos tomamos esos tiempos tan necesarios para simplemente estar… y acom-pañar. Esta novena de difuntos que ofrecemos quiere ser una sencilla ayuda para acompañarnos en el do-lor de la pérdida de un ser querido. Simplemente eso. Por eso, cada cual puede modificar lo que le parezca más conveniente y quedarse solo con aquello que considere útil y oportuno.
Esquema de la novena
La novena comenzará con un canto de entrada, la señal de la cruz y una introducción. En esa intro-ducción se presentará un signo sobre el cual girará la oración de cada día. Se proclamará un texto de la Pa-labra de Dios, seguido por una breve reflexión. Luego vendrá el rezo de los cinco misterios del rosario pro-pios de cada día. Y el cierre se hará con la oración final y el canto de despedida. Por supuesto que entre el rezo de los misterios del rosario se podría cantar también. Eso dependerá de las posibilidades de cada co-munidad o familia que se reúne a rezar.
ESQUEMA DE CADA DÍA DE LA NOVENA
1. Canto de entrada
2. Señal de la cruz
3. Introducción
4. Signo
5. Palabra de Dios
6. Reflexión
7. Rezo del Rosario
8. Oración final
9. Canto de despedida
MUY IMPORANTE: Proponemos poner en el centro del lugar de oración una mesita con un mantel, aguayo, ponchito… Y no poner nada sobre ella. Alrededor de la misma podrá haber flores, velas, cuadros, etc. Pero la propuesta es que la mesa esté vacía, porque cada día iremos agregando un signo particular, alrededor del cual girará la oración. Cuando termine la novena, el altar quedará armado. Los signos que se irán incor-porando día a día ―y que habrá que tenerlos preparados― son los siguientes:
SIGNOS DE CADA DÍA DE LA NOVENA
Primer día: Una Cruz
Segundo día: Una foto del ser querido
Tercer día: El nombre del ser querido
Cuarto día: Una imagen de la Virgen
Quinto día: Una imagen de algún santo/a
Sexto día: Una vela
Séptimo día: Flores
Octavo día: Recuerdos del ser querido
Noveno día: Signos festivos de celebración
Si bien esta novena está pensada especialmente para ser rezada cuando ha fallecido un ser querido, también se la puede rezar por nuestros queridos difuntos en general, cambiando las oraciones y frases al plural cuando corresponda. De hecho, la iremos presentando día a día con ocasión de la novena preparatoria para la Conmemoración de todos los fieles difuntos, que celebraremos el día 2 de noviembre.
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