A LA COMUNIDAD DEL PONTIFICIO COLEGIO PÍO LATINOAMERICANO
Sala Clementina
Lunes, 28 de noviembre de 2022
Me siento contento, queridos hermanos y hermanas, de estar hoy con todos ustedes, miembros de la familia del Colegio Pío Latinoamericano. Me gustó que me recibieran cantando. Yo no les pude contestar cantando porque canto para el carnero, así que hubiera sido un desastre. Estos años en los que ustedes están en Roma son un tiempo de gracia que el Señor les concede para ahondar la formación, no solo a nivel intelectual, académico, y para experimentar la riqueza y la diversidad de la Iglesia universal. Quizá es lo más rico; esa riqueza y diversidad. Esta riqueza y diversidad también caracteriza a nuestros pueblos de Latinoamérica, donde volverán para seguir siendo pastores del rebaño que la Iglesia les confía. Pastores del pueblo, y no clérigos de estado. Eso es un poco a lo que la vocación los lleva.
También los primeros cristianos provenían de diversos pueblos y culturas. Y fue el Espíritu Santo, que descendió sobre ellos, quien hizo que tuvieran «un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32), que hablaran un mismo lenguaje —el lenguaje del amor— y que fueran discípulos y misioneros de Jesús hasta los confines de la tierra (cf. Mt 28,19). Pensando en Andrés apóstol, cuya fiesta celebramos este miércoles, quisiera detenerme sobre estos dos términos: discípulos y misioneros.
En el evangelio de Juan vemos que Andrés fue uno de los primeros discípulos de Jesús. Ante su inquietud por conocer quién era el Maestro, y su invitación: «Vengan y lo verán» (Jn 1,39), fue, vio dónde vivía y se quedó con Él ese día. Y fue allí donde cambió radicalmente su vida. Por eso, queridos hermanos, renovemos siempre, nos hará bien, renovemos ese encuentro con el Señor, cotidianamente, compartamos su Palabra, permanezcamos en silencio ante Él para ver qué nos dice, qué hace, cómo siente, cómo calla, cómo ama. Dejemos que sea el “Verbo” en nuestras vidas y, si me permiten la imagen, dejémoslo “conjugarse” en nosotros y a través nuestro, que sea el Señor. No le impidamos que actúe en nuestro ministerio en primera Persona. ¡Que Jesús tenga voz activa en cada una de nuestras decisiones! Somos ministros suyos, pertenecemos a Él y nos llamó para “estar con Él”. Esto es lo que significa ser discípulos.
El encuentro de Andrés con Jesús no lo dejó tranquilo y de brazos cruzados, sino que lo transformó, y ya no era el mismo de antes, y no podía más que ir a anunciar lo que había vivido. Y al primero que encontró para decírselo fue a su propio hermano Pedro Simón: «Hemos encontrado al Mesías» (Jn 1,41), y lo llevó donde estaba Jesús. De este modo, Andrés se “estrenó” como misionero. Y también a nosotros nos esperan nuestros hermanos y hermanas, especialmente los que aún no han experimentado el amor y la misericordia del Señor, para que les anunciemos la Buena Noticia de Jesús y los conduzcamos hacia Él. Salir, movernos, llevar la alegría del Evangelio, eso es ser misioneros.
Marcos, en su Evangelio, resume la llamada de Jesús a ser discípulos y misioneros. En el capítulo tercero leemos que llamó a los apóstoles «para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar» (v. 14). Estar con Jesús y salir a anunciarlo. Dos verbos: “estar” y “salir”. Ese es el sentido de nuestra vida. Se trata de un camino “de ida y vuelta”, que tiene a Jesús como punto de partida y de llegada. No olvidemos que “estar” con Jesús y “salir” a anunciarlo es también estar con los pobres, con los migrantes, con los enfermos, con los presos, con los más pequeños, con los más olvidados de la sociedad, y compartir con ellos la vida y anunciarles el amor incondicional de Dios. Porque Jesús está presente en esos hermanos y hermanas más vulnerables, ahí Él nos espera de un modo especial (cf. Mt 25,34-40).
Y no se olviden de volver a Él, cada noche, después de una larga jornada —pero ojo, a Él, no a la pantalla de un celular—. Me duele mucho cuando veo que un sacerdote bueno, trabajador, se cansa y se olvida de pasar por el sagrario, y se va a dormir porque está cansado. Él tiene razón, tiene que dormir, pero primero saluda. No seas maleducado… ¿O cuántas veces se escapan en la pantalla de un celular? La pantalla del celular nos atiborra de cosas. Por favor, no sean adictos a ese mundo de escape. No sean adictos. Son diversos pasos que te van quitando la fuerza. Sean adictos al encuentro con Jesús, y Él sabe lo que nos hace falta y tiene una palabra que decirnos en cada ocasión.
Una cosa que ahí dije de paso, es que ustedes vuelven para ser pastores del Pueblo de Dios. Por favor, no negocien nunca la pastoralidad. Pastores del Pueblo de Dios, no clérigos de estado. No caigan en el clericalismo, que es una de las peores perversiones. Estén muy atentos, el clericalismo es una forma de mundanidad espiritual. El clericalismo es deformante, es corrupto, y te lleva a una corrupción, una corrupción almidonada, con la nariz parada, que te aparta del pueblo, te hace olvidar el pueblo de donde saliste. Pablo le decía a Timoteo: “Acuérdate de tu madre y de tu abuela” (cf. 2 Tm,5-7), o sea, vuelve a las raíces, no te olvides de tu madre y de tu abuela. Yo se lo digo a cada uno de ustedes. Volver al rebaño de donde fuimos sacados… “Te saqué de detrás del rebaño” (cf. 2 S,8).
Por favor, cada vez que se hacen más “exquisitos” en el sentido verdadero de la palabra, o sea, más alejados del pueblo, cada vez que hacen eso, se apartan de la gracia de Dios y caen en la peste del clericalismo. Pastores del pueblo, no clérigos de estado. Pidan la gracia de saber estar siempre delante, en medio y detrás del pueblo, metidos con el pueblo del cual Jesús los sacó.
Y pidámosle a Nuestra Señora de Guadalupe que nos ayude en el camino de “discipulado-apostolado” que nos va configurando con su Hijo, que nos acompañe en ese itinerario vital de “ida y vuelta” que parte de Jesús hacia los hermanos, para volver con los hermanos al encuentro de Jesús. Supliquemos al apóstol san Andrés que interceda por nosotros.
Y, de nuevo, gracias por esta visita. Les deseo buen camino romano, tomen todas las cosas buenas que puedan encontrar en Roma, las otras no, déjenlas en Roma, que acá se van a encargar de llevarlas adelante, y por favor, no se olviden de rezar por mí.
Gracias.