¿Qué pasa después de la canonización?
Hay muchas cosas que se preparan con antelación y dedicación durante meses: un cumpleaños, el acto de egreso de la escuela, el último examen de una carrera. Los sacramentos también tienen mucho de eso. Un bautismo, la primera comunión, el matrimonio… eventos tan significativos, esperados, preparados, y que tienen algo en común: son un punto de partida. Con ellos nada finaliza. Todo continúa, y mucho comienza.
Se puede pensar y disfrutar la canonización de Artémides Zatti también como un punto de partida. No es una celebración donde el momento más alto es el propio evento. El enorme caudal de información al que nos hemos acostumbrado, junto a la fugacidad con que la consumimos, nos juega en contra. No debería ser una noticia que bombardee las redes y los grupos de WhatsApp durante un tiempo, como tantas otras, para luego desaparecer.
Por eso, vale la pena insistir en que la celebración del 9 de octubre es un inicio. Como un despegue. Una oportunidad de reconocer y dar a conocer a esta figura que sólo era familiar para un pequeño número de personas… y que ahora tiene como familia al mundo. No nos juntamos a “idolatrar” a un hombre. En todo caso, es un modelo que la Iglesia pone delante nuestro para mostrarnos una manera concreta de vivir la fe y ayudarnos a que nosotros también nos sumemos en ese camino. Es la posibilidad de reconocer sus rasgos de espiritualidad y cómo Dios actuó en él para servir a los demás. Y ahí sí, con sana admiración, poder decir: “¡Zatti es un ídolo! ¡Cómo me gustaría ser como él!”
Si algo lo caracteriza es que, para Zatti, lo importante no era Zatti. Lo más importante eran los pacientes, los vecinos, el pueblo. El centro de su vida eran los demás. Este y otros elementos de su forma de ser hoy nos suenan hasta “contraculturales”. Zatti no busca el reconocimiento instantáneo. No busca el protagonismo. No apuesta al storytelling. Probablemente, Zatti nunca se hubiera hecho una selfie.
Quedarse con su figura, pero no con su acción, es dejar el mensaje incompleto. Hay un dato que lo ilustra bastante. El hospital San José, al que dedicó cincuenta años de su vida, ya existía cuando él llegó —había sido fundado en 1889—. Y, de alguna forma, continúa existiendo tras su partida: si bien deja de funcionar a comienzos de los cincuenta, la firma de Zatti es una de las muchas que acompaña el acta de fundación del hospital público de Viedma, fechada en 1945; establecimiento que desde hace décadas lleva su nombre. El San José no fue “su” hospital: fue el lugar donde Zatti vivió con plenitud el ser instrumento de Dios al servicio de sus hermanos.
Si Zatti no fue una “superfigura” estelar . Tampoco un gran fundador de obras, ni un emprendedor de grandes empresas. Si nada queda en pie de “su” obra —el hospital San José fue demolido en 1941; las instalaciones de la escuela agrícola San Isidro, segunda ubicación del hospital, terminadas de demoler en 1963—. Entonces, ¿qué nos deja Zatti? ¿Cuál es su novedad?
Quizás, justamente, llevar una vida de santidad común y corriente. Esa vida que dejó testimonio en cada uno de los vecinos de Viedma, que al día de hoy —superando muchos los ochenta años de edad— se acuerdan con nitidez del paso de Zatti por su historia: verlo caminar al frente de una peregrinación; recibir su atención en la enfermería del colegio; esperarlo pasar en su bicicleta para que atienda a un hermanito enfermo; ir a buscarlo con desesperación a la guardia del hospital… o cruzarlo jugando a las bochas en el Círculo de Obreros.
En el Archivo Histórico Salesiano están guardados algunos guardapolvos de Zatti, todos remendados. También un saco, de los pocos que tuvo. Y sus medias, con más zurcido que tela. La herencia de Zatti no está allí, sino en la comunidad de personas a las que dedicó su vida.
La canonización de Zatti no es algo “de una vez y para siempre”. Hay que dedicarle tiempo. Porque tampoco es así aquello a lo que él le dedicó la vida. Si hay algo frágil, a cuidar constantemente, es la salud. Cada día, en un servicio constante, que en el caso de Zatti —y de tantos cuidadores, trabajadores, profesionales— se hace espiritualidad cotidiana.
Quizás el llamado de su espiritualidad es a convencernos de que en lo cotidiano podemos buscar y encontrar el sentido profundo de nuestra vida en el servicio amoroso, sobre todo hacia aquél que más está sufriendo
Pero las cosas no suceden solas. Dos años de pandemia, sus consecuencias, y la agitada realidad que vivimos pueden habernos dejado sin saber bien para dónde ir. Zatti nos da una guía y nos invita a ponernos a trabajar. ¿Quiénes están solos? ¿Dónde hay personas que necesitan una mano? ¿Quiénes son aquellos que más están sufriendo? ¿Qué se necesita? ¿Cómo puedo sumarme? En cada persona, en cada familia, en cada comunidad y obra salesiana, la práctica concreta de la caridad puede ser una novedad para la vida de fe. Y sacando la mirada de nosotros mismos, ver junto a otros un futuro mejor y posible.
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