sábado, 13 de enero de 2024

“Ahora toca sufrir” y otras sandeces

Sin ninguna duda, cada cosa, sean textos, acciones, propuestas, debe entenderse en su tiempo y contexto. No hace falta señalar la gran cantidad de cosas que eran absolutamente comprensibles o “normales” en su momento y son deplorables hoy. Las hay en todos los órdenes y situaciones.

Por tanto, cuestionar algo hoy no significa necesariamente criticar a quienes lo decían, sostenían, defendían o vivían ayer.

Veamos un ejemplo concreto. El mundo occidental desde tiempos greco-romanos se vio impregnado de una ideología acorde. Ahora bien, nuevas y diferentes corrientes, influencias, aportes, descubrimientos, ideologías, escuelas de pensamiento fueron influyendo en que los tiempos cambiaran, y – por supuesto – muchísimas cosas que se decían desde la influencia greco-romana son insostenibles hoy. Por ejemplo, lo que antes se decía del “poder” es hoy intolerable, lo que se decía de las mujeres, de los judíos… del cuerpo.

Como se sabe, aunque con diferentes matices, la concepción era que “el cuerpo es cárcel del alma”. Es decir, la persona humana, que es una unidad, era vista como un compuesto en unidades (cuerpo y alma), y estas, eran jerarquizadas: el cuerpo es inferior al alma; por eso, durante tanto tiempo – y permanece vigente hoy en tantos ambientes – la idea era que los pecados del cuerpo, como los sexuales, eran más graves que los pecados “del alma”, como la envidia. Por eso, entonces, lo importante era “domar” el cuerpo, con flagelaciones, sacrificios, disciplinas. Así, el sufrimiento era visto como algo bueno o necesario. Incluso, esto llegó a los extremos de entender la vida eterna como una contra cara de “esta vida”, por la que los que acá sufren, gozarán eternamente, mientras que nos que acá disfrutan, padecerán eternamente. 

Esto llevó, no solamente, a actitudes masoquistas y enfermizas, sino a la gestación de horribles teologías que rozan la herejía. 

Dios quería que su hijo muriera y muriera horriblemente;

Como la ofensa a Dios era infinita, solo la muerte y sufrimiento reparador de su hijo que es infinito podría remediarla;

El sufrimiento de Cristo nos salvó de nuestros pecados…

Ideas como estas, vigentes todavía hoy en algunas “espiritualidades” y catequesis, deberían llevarnos a formularnos algunas preguntas… ¿Cómo es ese Dios que quiere y necesita la muerte infame de su hijo? ¿por qué sería que el sufrimiento es salvador?

Así queda instalada la idea de que primero hay que sufrir para después gozar plenamente. Insisto… ¿Cómo sería ese Dios que quiere eso? Ese Dios sádico no se parece en nada al Dios que Jesús mostró y predicó, el Dios que es Padre y Madre, el Dios que es “amor”.

Hace muchos años, Eva Perón decía que no creía en una religión que predicara la resignación, sino que creía en una que le hiciera decir “al último descamisado ante el primer emperador, yo soy tan hijo de Dios como usted”. Es semejante a lo que repetía el obispo mártir, el beato Enrique Angelelli: “yo no puedo predicar la resignación”.

El Dios que Jesús muestra y predica, es amor; el amor es lo que lo constituye; el amor es todo y sin el amor no hay nada. La propuesta de Jesús no es la de la “meritocracia”, para la que el que ha alcanzado méritos “merece” el cielo y quien no los ha tenido “merece” el infierno. De amor hablamos, así es Dios. No se trata de que ahora toca sufrir, para después gozar… se trata de aquí y ahora encontrarse con Jesús y la comunidad, para después vivirlos en exceso y plenitud. Eso es el cielo, y empieza aquí y ahora.

Los planteos de ahora sufrir para después vivir plenamente, son muy convenientes para los que ahora disfrutan acaparando vida y bienes; se trata de cerrar los ojos a la injusticia esperando un mañana que nunca vendrá; se trata de ser cómplices silenciosos del pecado que causa muerte y no-amor a las mayorías. Se trata de que el amor y la preferencia de Dios por los pobres o bien es una mentira, o es un sarcasmo cruel.

Lo que salva, no es el sufrimiento, sino el amor, no es la cruz, sino el amor, no es el viernes santo sino el domingo, no es Pilato, sino Jesús. Y ese amor es militancia, porque siempre supone otros y otras. Lo que salva no es “dar” la vida, sino ser capaces de arriesgarla en favor de otras y otros, por amor, precisamente. Cero individualismo, y acumulación de méritos… es amor, es encuentro, solidaridad y justicia, búsqueda de que todas y todos tengan vida, y vida plena.

Estamos saturados de esquemas de dolor y sufrimiento que anuncian un futuro promisorio de vida plena y feliz…

Hay que pasar el invierno

El segundo semestre

La luz al final del túnel

Ahora toca sufrir, vienen días duros, pero…


Pero el amor está ausente, y el sufrimiento (siempre de “los otros”) se ve como un mal necesario, que no hay otro camino, al estilo del “coraje, ánimo… ¡vayan!”

Ciertamente, nada tiene esto que ver con el Evangelio ni con la propuesta de Jesús de un Dios que reina en la felicidad de los últimos, los vulnerados y las víctimas. Ciertamente el esquema de Jesús es tan, pero ¡tan! Opuesto, que por eso el querido obispo Miguel Hesayne repetía que “no se puede ser cristiano y neoliberal”; sencillamente porque no se puede. Sencillamente porque en el individualismo el amor no tiene cabida, y no puede haber cristianos sin amor, porque “en eso todos conocerán que nos mis discípulos…. En que se amen unos a otros” (Jesús).

Eduardo de la Serna



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