Jesús salió de allí y se dirigió a su pueblo, seguido de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga, y la multitud que lo escuchaba estaba asombrada y decía: "¿De dónde saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada y esos grandes milagros que se realizan por sus manos? ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?". Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo. Por eso les dijo: "Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa". Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe. Jesús recorría las poblaciones de los alrededores, enseñando a la gente.
PALABRA DEL SEÑOR.
La misión incansable de Jesús es enseñar un estilo de vida que se funda en la persona. Allí radica la conversión, se produce el milagro, comienza el seguimiento, se despliega la maravillosa aventura del encuentro personal con el Maestro. Es un acontecimiento fundamental para la vida del cristiano, del creyente que reconoce esta intervención de Dios. Sin embargo, en la libertad de los hijos de Dios, tiene que surgir la adhesión personal, una cercanía consciente que nos hace aceptar la propuesta de Jesús y seguirlo junto a otras personas. Es la fe. Sin ella no somos capaces de ver claramente la figura de Jesús, su mensaje, su propuesta y caemos en interpretaciones cerradas y parciales, quizás para justificar nuestra falta de compromiso y valentía. Necesitamos pedir el don de la fe y la capacidad de testimoniarla en cada momento y lugar.
Abrazo y bendición!
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