Tengo 65 años. Soy del 55, por lo tanto. En mi familia y su ambiente nunca oí hablar de los bombardeos asesinos sobre la población civil y el intento de un golpe de estado del 16 de junio de ese año. Sí oí hablar de que Perón persiguió a la iglesia, y que incendió (él, nadie más que él) templos. Nunca me contaron que los bombardeos llevaban una insignia y parecían conducidos por “Cristo” que “vence”. No había relación causa – efecto entre uno y otro. Uno no había existido, el otro era expresión evidente de la maldad y perversión.
En mi ambiente eclesial, la cosa no era diferente: profanaciones y atrocidades semejantes. Gente (mi papá entre otros) fueron a defender las iglesias de los perversos perseguidores. Conocí curas que contaban, desde sus salidas del seminario “clandestinamente” (sin sotanas ni nada indicador de clerecía, por la perversión del gobierno que podía agredirlos) hasta sus guardias para impedir nuevas profanaciones; conocí incluso los sótanos y túneles en el seminario en los que algún casquillo de bala todavía se podía ver. Había que entrenarse y estar preparados. El ateísmo avanza. Pero “Cristo vence”.
Fue Carlos Mugica el que por primera vez me abrió los ojos: autocriticándose por haber estado “preocupado por los templos quemados y no porque habían asesinado a más de 300 templos vivos del Espíritu Santo”, dijo.
Por años se podían ver las huellas de balas y bombas en los edificios cercanos a la Casa Rosada. Los vi sin sacar las conclusiones que se imponían.
Y tampoco saqué, en ese entonces, las conclusiones de que un ejército era capaz de atacar con todo su poder de fuego a su propia población inerme, matarla y bombardearla sin que ningún artista reflejara su Guernica [menos de 130 muertos en Guernica, más de 300 en el “Cristo vence”].
Pero claro… después de escuchar a Mugica, y después que el pueblo me hiciera mirar con otros ojos nuestra historia, aprendí que había militares capaces de torturar, violar y matar argentinos, pero no ingleses [no celebro estas muertes, solo lo señalo irónicamente destacando que, en una situación de guerra real, mostraron a las claras su incapacidad y cobardía que no manifestaban ante cautivos atados, amordazados y con ojos vendados].
Pero también saqué la conclusión que hay un conjunto de nuestra sociedad que sigue ciega ante los bombardeos, que sigue escuchando sus propias voces. Incapaces de escuchar las voces del pueblo, de los que ayer fueron a la plaza, aunque no había chori ni coca, sino una defensa de la conquista de sus derechos, de los que fueron asesinados, perseguidos o desaparecidos mientras otros eligen mirar sus fascinantes ombligos o bailar ante el D.J. de la nada.
Pero otra conclusión, personal en este caso, es que Cristo venció. Al menos en muchos y muchos espacios. Porque descubrimos a Cristo en los bombardeados, los torturados, los desaparecidos, los perseguidos. Ese Cristo que nos invita a descubrirlo allí y reconocerlo, y seguirlo. Algunos, más tarde que otros, hemos reconocido al Cristo quemado en las brujas de la inquisición, en las víctimas de todas las atrocidades humanas y en los empobrecidos de todos los neoliberalismos. A ese Cristo hemos aprendido a reconocer, amar y dar culto en la lucha por la justicia y la paz, la dignidad y los derechos, la verdad y la esperanza de un mañana que no niegue a los asesinados y torturados, sino que, por lo menos, pueda mirarlos a los ojos, reconocer sus nombres y andar sus caminos.
Eduardo de la Serna
Eduardo de la Serna
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