Buenos Aires
Los refranes son productos integrados a la vida cotidiana. Podemos toparlos en la conversación amistosa, la exposición académica, la advertencia filial, la protesta callejera. Ninguna experiencia vital es ajena a los refranes. Dios tampoco.
La invocación a Dios está incorporada a expresiones corrientes, aunque no siempre nos damos cuenta de esa presencia. Frases como Dios mío, por Dios, Adiós, Ojalá, ni Dios y otras, contienen el nombre de Dios y las emplean aún quienes no creen en su existencia.
Son modismos que transmiten una emoción, un estado de ánimo o una reacción espontánea. No son refranes. Cuando Dios aparece en un refrán, su presencia es más comprometedora para quien lo dice. Su valor reside en que son el basamento de vivencias colectivas.
Un grupo de refranes expone diversos modos en que se manifiesta el poder y la voluntad de Dios. Hay uno que es el más conformista de la colección; proclama la necesidad de aceptar todo con absoluta resignación: De Dios logra la gracia, el que se conforma con su desgracia.
Los demás, sin embargo, reconocen a Dios en ejercicio de un poder supremo, sin presentar al ser humano con una entrega desesperanzada, aunque se trate de un poder absoluto: Cuando Dios no quiere, los santos no pueden. En línea con este, se encuentran los siguientes, en los que la voluntad de Dios está presentada como oposición a la humana:
-A quien quiere Dios, la perra le pare lechones.
-Lo ordenado en el cielo, forzoso se ha de cumplir en el suelo.
-A lo que hace Dios, ni fuerza ni razón.
Pero también el poder divino se manifiesta en concordancia con los intereses humanos y concurre en acción solidaria:
-Más vale a quien Dios ayuda, que a quien mucho madruga.
-El poder de Dios es tal, que saca el bien del mal.
-Quien buena ventura tiene, a Dios se la debe.
-Cuando Dios pone su mano, todo trabajo es liviano.
-Todo esfuerzo es vano, si Dios nos deja de su mano.
El sentido general de los precedentes puede resumirse en uno muy significativo: Mozos, viejos, reyes y pastores están sujetos al Dios de los amores.
En otro manojo de refranes se pone de manifiesto la cooperación entre Dios y el hombre, resumida en dos que figuran entre los más difundidos: al que madruga Dios lo ayuda, y a Dios rogando y con el mazo dando. Hay un reconocimiento al poder de Dios, condicionado a la participación humana. Los humanos tenemos responsabilidad en los acontecimientos de los que participamos. No se justifica una actitud pasiva o una espera inactiva. La intervención de Dios demanda un compromiso de nuestra parte, porque Dios consiente y no para siempre.
La asistencia divina es esencial y, finalmente, a ella queda supeditada la instancia final y los resultados. Mas no debemos desentendernos de lo que sucede: el hombre propone y Dios dispone. Tenemos que decidirnos a actuar y presentar las propuestas.
La condición para que Dios ayude, es que nos ayudemos, en forma personal o solidaria. Si ayudamos, Dios reconoce el valor de ese ejemplo y agrega su socorro: ayúdate y Dios te ayudará; Dios ayuda a los que se ayudan, porque cada cual mira por sí y Dios por todos. Esta cooperación entre Dios y el hombre, trabajando armoniosamente en la naturaleza, queda asentada con claridad: el hombre siembra, la tierra alimenta y Dios acrecienta.
Dios interviene sabiamente en la vida humana. Ofrece oportunidades y ejerce justicia con criterios que sobrepasan nuestra comprensión. Así lo hace constar una serie de refranes que tienen como más popular y conocido este: Dios da pan al que no tiene dientes.
La imagen del pan, símbolo del alimento esencial, destaca que entrega lo más necesario a quien no lo requiere. Con símbolos de otros contenidos, el sentido se mantiene en los demás del grupo. Dirigido a serenar frente a las dificultades de todo orden, Dios aprieta pero no ahorca (o ahoga), sugiere que los pesares tienen carácter de prueba. Uno apunta directamente al dolor: Dios, cuando da la llaga, luego da la medicina.
En esa actitud protectora para su criatura, puede interpretarse que, a veces, va más allá de aportar una solución frente a una demanda, y llega a alterar la naturaleza para prodigar su cuidado: Dios da frío conforme a la ropa. Nada escapará a su oportuna acción, porque Dios cierra una puerta y abre otra y Dios secará lo que ha mojado. De todos modos, su justicia misericordiosa no está exenta de castigos, ya que Dios castiga y no se le ve la mano.
Este Dios en acción en medio de los hombres, poderoso, ayudador, justiciero, es posible porque Él es el sentido de la vida y la vida misma. Esta certeza sustenta su atenta presencia: quien a Dios tiene, nada le falta, letra que se canta con enorme sentimiento. Por eso es más poderoso que el poderoso dinero, que también tiene sus refranes: si el dinero a Dios prefieres, pobre serás y pobre eres. Tener a Dios y que Dios nos tenga es el vínculo que asegura la vida plena. Él es suficiente y lo demás va de sobra, como lo ratifica este ramillete:
-Todo es nada sin Dios, y nada es todo con Dios.
-Servir a Dios es lo cierto, lo demás es desconcierto.
-Si con Dios cuentas ¿a qué otras cuentas?
-Quien toma a Dios por padrino, tranquilo va su camino.
-Dios conmigo, yo con Él, Él primero, yo tras Él.
Este Dios del refranero ¿es nuestro Dios de cada día? Las experiencias que cada refrán resume ¿son nuestras experiencias de fe? ¿Podemos reconocer al Dios de la Biblia en los refranes?
Menos pregunta Dios y perdona.
Por Juan Carlos Dido
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