«Un salterio celeste de vírgenes y santos,
un cáliz de virtudes y una copa de cantos,
tal era Fray Mamerto Esquiú».
Rubén Darío
un cáliz de virtudes y una copa de cantos,
tal era Fray Mamerto Esquiú».
Rubén Darío
La Iglesia que peregrina en la Argentina recibe con inmensa alegría la noticia: el Papa Francisco decretó la beatificación de Fray Mamerto de la Ascensión Esquiú y Medina.
Precisamente el día en que la liturgia católica celebra la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús –fuente inacabable de donde dimana toda gracia y santidad–, nos llega el consuelo de saber que un hijo de esta tierra será elevado a los altares, confirmando así la aspiración de un pueblo creyente, el que guiado por su sentido de la fe, nunca dudó de las virtudes espirituales, apostólicas y misioneras que coronaron la vida y obra del humilde, sabio y austero franciscano.
El pueblo de Catamarca lo vio nacer en una familia criolla, donde recibió la fe de sus mayores, y celebró su vocación al consagrarse de por vida a Dios en la Orden de los franciscanos menores. La comunidad franciscana de Tarija (Bolivia) fue testigo durante más de trece años de su vida ascética y virtuosa: docente, catequista, apasionado por la misión. Lo recordarán también por sus gestos nobles y fraternos en la convivencia cotidiana.
Luego, la feligresía de la diócesis de Córdoba lo recibió como su pastor, y por su entrega generosa en los intensos dos años de su ministerio episcopal, lo guarda en su memoria como a uno de sus obispos sabios y misioneros, muy cercano al pueblo más probado.
La Patria además lo reconoce como a uno de sus ciudadanos más eminentes, por su protagonismo desinteresado en horas oscuras de nuestra historia nacional, cuando enconadas fracciones políticas y partidarias solo resolvían sus diferencias por la vía de las armas, con sus secuelas de muerte, dolor y odios.
Fue entonces que surgió la voz autorizada de Fray Mamerto, el hombre prudente, quien convencido de los valores supremos de la paz que alimentaba la espiritualidad del carisma de su Orden, deseaba ardientemente infundir en el corazón de sus compatriotas sentimientos de unidad y justicia.
Aun cuando bregaba para que la cultura, la fe y la historia del pueblo postergado en la Argentina Federal estuviesen más reflejadas en la Carta Magna, –sobrevolando a sus convicciones personales, pero sin renunciar a ellas–, su actuación pública mantuvo una mirada amplia ante la crítica y compleja encrucijada que vivía el país: «Se trata, Señores, de edificar la República Argentina, y la Religión os envía el don de sus verdades»1. De ese modo, con lúcida elocuencia convocó a la unidad nacional exhortando a la obediencia y respeto de la ley, y a un incondicional sometimiento a la Constitución de la Confederación Argentina de 1853, sancionada por el Congreso General Constituyente reunido en Santa Fe.
«Nos alegramos de Vuestra Gloria»2, fue la frase que vibró en los oyentes de sus memorables sermones patrios, los que fueron divulgados en todo el país y constituyeron un faro de referencia por su contenido pacificador, promoviendo el encuentro fraterno para deponer actitudes contrarias y acercar las partes a un ideal común: la prosperidad del pueblo de la nación, largamente esperada. Al mismo tiempo, deseoso de lograr el bien deseado y la paz social, compelido a actuar públicamente como exigencia del Evangelio de Jesús, con carácter profético afirmó: «¡Basta de palabras que no han salvado a la Patria! Aplaudo, felicito, me postro ante los héroes de la Independencia; cantaré vuestras glorias, tributo mi adoración a la nobleza de los Argentinos; pero también señalaré sus llagas, apartando sus ricos envoltorios que encubren vuestra degradación»3.
Los obispos argentinos sentimos una gran alegría porque nuestro hermano es agregado por la Iglesia a los bienaventurados del Cielo. Con la vida y obra de Fray Mamerto, Dios nos habla: ya sea para iluminar el camino de laicos, consagrados, sacerdotes y ciudadanos de buena voluntad, así como también a quienes compartimos el ministerio episcopal. A todos nos recuerda nuestra bella vocación bautismal y la invitación del Señor a seguirlo por el camino de las Bienaventuranzas (Mt 5), a ser solidarios y generosos para construir una sociedad más justa y fraterna. Por este ideal evangélico palpitó el corazón incorrupto de Fray Mamerto Esquiú.
Precisamente el día en que la liturgia católica celebra la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús –fuente inacabable de donde dimana toda gracia y santidad–, nos llega el consuelo de saber que un hijo de esta tierra será elevado a los altares, confirmando así la aspiración de un pueblo creyente, el que guiado por su sentido de la fe, nunca dudó de las virtudes espirituales, apostólicas y misioneras que coronaron la vida y obra del humilde, sabio y austero franciscano.
El pueblo de Catamarca lo vio nacer en una familia criolla, donde recibió la fe de sus mayores, y celebró su vocación al consagrarse de por vida a Dios en la Orden de los franciscanos menores. La comunidad franciscana de Tarija (Bolivia) fue testigo durante más de trece años de su vida ascética y virtuosa: docente, catequista, apasionado por la misión. Lo recordarán también por sus gestos nobles y fraternos en la convivencia cotidiana.
Luego, la feligresía de la diócesis de Córdoba lo recibió como su pastor, y por su entrega generosa en los intensos dos años de su ministerio episcopal, lo guarda en su memoria como a uno de sus obispos sabios y misioneros, muy cercano al pueblo más probado.
La Patria además lo reconoce como a uno de sus ciudadanos más eminentes, por su protagonismo desinteresado en horas oscuras de nuestra historia nacional, cuando enconadas fracciones políticas y partidarias solo resolvían sus diferencias por la vía de las armas, con sus secuelas de muerte, dolor y odios.
Fue entonces que surgió la voz autorizada de Fray Mamerto, el hombre prudente, quien convencido de los valores supremos de la paz que alimentaba la espiritualidad del carisma de su Orden, deseaba ardientemente infundir en el corazón de sus compatriotas sentimientos de unidad y justicia.
Aun cuando bregaba para que la cultura, la fe y la historia del pueblo postergado en la Argentina Federal estuviesen más reflejadas en la Carta Magna, –sobrevolando a sus convicciones personales, pero sin renunciar a ellas–, su actuación pública mantuvo una mirada amplia ante la crítica y compleja encrucijada que vivía el país: «Se trata, Señores, de edificar la República Argentina, y la Religión os envía el don de sus verdades»1. De ese modo, con lúcida elocuencia convocó a la unidad nacional exhortando a la obediencia y respeto de la ley, y a un incondicional sometimiento a la Constitución de la Confederación Argentina de 1853, sancionada por el Congreso General Constituyente reunido en Santa Fe.
«Nos alegramos de Vuestra Gloria»2, fue la frase que vibró en los oyentes de sus memorables sermones patrios, los que fueron divulgados en todo el país y constituyeron un faro de referencia por su contenido pacificador, promoviendo el encuentro fraterno para deponer actitudes contrarias y acercar las partes a un ideal común: la prosperidad del pueblo de la nación, largamente esperada. Al mismo tiempo, deseoso de lograr el bien deseado y la paz social, compelido a actuar públicamente como exigencia del Evangelio de Jesús, con carácter profético afirmó: «¡Basta de palabras que no han salvado a la Patria! Aplaudo, felicito, me postro ante los héroes de la Independencia; cantaré vuestras glorias, tributo mi adoración a la nobleza de los Argentinos; pero también señalaré sus llagas, apartando sus ricos envoltorios que encubren vuestra degradación»3.
Los obispos argentinos sentimos una gran alegría porque nuestro hermano es agregado por la Iglesia a los bienaventurados del Cielo. Con la vida y obra de Fray Mamerto, Dios nos habla: ya sea para iluminar el camino de laicos, consagrados, sacerdotes y ciudadanos de buena voluntad, así como también a quienes compartimos el ministerio episcopal. A todos nos recuerda nuestra bella vocación bautismal y la invitación del Señor a seguirlo por el camino de las Bienaventuranzas (Mt 5), a ser solidarios y generosos para construir una sociedad más justa y fraterna. Por este ideal evangélico palpitó el corazón incorrupto de Fray Mamerto Esquiú.
Buenos Aires, 22 de junio de 2020
Comisión Ejecutiva
Conferencia Episcopal Argentina
Comisión Ejecutiva
Conferencia Episcopal Argentina
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1. Sermón en la Iglesia matriz de Catamarca, el 9 de julio de 1853, con motivo de la jura de la reciente Constitución. Nacional.
2. Esta frase fue dicha en latín: «Laetamur de Gloria Vestra».
3. Ibídem, nota 1.
1. Sermón en la Iglesia matriz de Catamarca, el 9 de julio de 1853, con motivo de la jura de la reciente Constitución. Nacional.
2. Esta frase fue dicha en latín: «Laetamur de Gloria Vestra».
3. Ibídem, nota 1.
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