El populismo de Julio era intolerable. Algo había que hacer. La República estaba en peligro. Y se puso en marcha la pesada maquinaria en el Senado. La propaganda, con su gran vocero, estaba aceitada. Y entonces, Julio fue asesinado.
Pero eso no iba a ser tan fácil. Los “hijos” de Julio no dejarían pasar fácilmente el hecho, así que había que huir. Cassio y Bruto, responsables del crimen, huyeron a Grecia. Octavio y Marco Antonio fueron tras sus pasos. El gran publicista, Cicerón, fue asesinado (7 de diciembre del 43 a.C.). La batalla debía comenzar, y los ejércitos se alistaron en Filipos. El 3 de octubre del año 42 a.C. Bruto enfrentó a Octavio en el norte, Casio a Antonio en el sur. Octavio no la tuvo fácil y Bruto parecía vencer mientras Marco Antonio vencía a Cassio. Todo indicaba paridad hasta que un falso informe le dijo a Cassio que Bruto también había sido derrotado. Y, aquí la clave, Cassio se suicida. El 23 del mismo mes se produce una segunda batalla en la que Bruto es derrotado y también se suicida. Así se instaura – conforme a la ley romana – un triunvirato para gobernarla en tiempo de crisis (el segundo). La república de las élites había sido derrotada. Y, ahora, empieza la etapa final… La ambición y astucia de Octaviano logra que Lépido vaya a África y Marco Antonio a Egipto, donde reinaba la última ptolomea, Cleopatra. La lucha por el poder no cesaba y, finalmente, en la batalla de Accio (30 a.C.) se sella la suerte. Derrotados Marco Antonio y Cleopatra se suicidan y Octaviano se proclama Emperador con el nombre de Augusto. El “hijo” de Julio empieza el tiempo de los césares. Empezó el Imperio. Fue cuando una “fake new” cambió la historia.
Eduardo de la Serna
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