El Santo Padre subrayó que incluso “cuando toca a los queridos familiares, la muerte nunca es capaz de parecer natural”, y señaló que “sobrevivir a los propios hijos tiene algo particularmente angustioso, que contradice la naturaleza elemental de la relación que da sentido a la misma familia”.
Pero ante estos acontecimientos, también existe el ejemplo de muchas familias que afrontan la muerte de un familiar con fe.
“Esta fe nos protege de la visión nihilista de la muerte, como también de los falsos consuelos del mundo, así la verdadera vida cristiana ‘no tiene el riesgo de mezclarse con mitologías de varios géneros’, cediendo a los ritos de la superstición, antigua o moderna”, dijo Francisco, citando a su predecesor Benedicto XVI.
El Papa subrayó la necesidad de que los “Pastores y todos los cristianos expresen de modo más concreto el sentido de la fe ante la experiencia del luto en la familia” puesto que “no se debe negar el derecho al llanto –tenemos que llorar en el luto– también Jesús ‘rompió a llorar’ y se ‘turbó profundamente’ por el grave luto de una familia que amaba”.
“Podemos más bien atender al testimonio simple y fuerte de tantas familias que han sabido tomar, en el durísimo paso de la muerte, también el paso seguro del Señor, crucificado y resucitado, con su irrevocable promesa de la resurrección de los muertos”.
Francisco señaló que “el trabajo del amor de Dios es más fuerte que el trabajo de la muerte. Y de ese amor es del que debemos hacernos ‘cómplices’ trabajadores con nuestra fe” porque al final la muerte “ha sido derrotada en la cruz de Jesús” y Él “nos restituirá en familia a todos”.
Sobre la pérdida de algún familiar, el Santo Padre indicó que “la pérdida de un hijo o de una hija es como si parase el tiempo: se abre un abismo que engulle el pasado y también el futuro”. La muerte “es una bofetada a las promesas, a los dones y sacrificios de amor alegremente entregados a la vida que hemos hecho nacer”.
Francisco relató después cómo en la Misa de la mañana de la residencia de Santa Marta llegan a veces muchos padres con la foto de algún hijo, mayor o pequeño, que ha fallecido y cuya mirada “es dolorosa”. “La muerte toca y cuando se trata de un hijo toca profundamente. Toda la familia queda como paralizada, muda”.
Sucede algo parecido cuando es el niño el que permanece solo, por la pérdida de uno de sus padres o de ambos, explicó el Papa.
En este caso, la pregunta que se hacen los niños sobre dónde está el fallecido “cubre una angustia en el corazón del niño que se queda solo”.
“El vacío del abandonado que se abre dentro de él es tanto más angustioso por el hecho que no tiene si quiera la experiencia suficiente para ‘dar un nombre’ a lo que ha sucedido”.
El Santo Padre subrayó que en estos casos “la muerte es como un agujero vacío que se abre en la vida de las familias y de la que no sabemos dar explicación”. Esto conlleva que a veces “se llega a echar la culpa a Dios”.
“¿‘Por qué me has quitado a mi hijo, a mi hija? Dios no existe, ¡Dios no existe!’”, dijo el Papa a ejemplo de lo que a veces sucede. “Esta rabia es un poco lo que viene del corazón por un dolor grande, la pérdida de un hijo o una hija, del padre o de la madre es un gran dolor”, dijo.
Para el Papa esto “es algo que sucede continuamente en las familias” y, además, la muerte física “tiene ‘cómplices’ que son también peores que ella y que se llaman odio, envidia, soberbia, avaricia; en definitiva, el pecado del mundo que trabaja para la muerte y la hace todavía más dolorosa e injusta”.
Ante esto, “los queridos familiares aparecen como las víctimas predestinadas e impotentes de estas potencias auxiliares de la muerte, que acompañan la historia del hombre”.
El Papa pidió pensar en la “absurda normalidad” con la que “en ciertos momentos y en ciertos lugares, los acontecimientos que suman horror a la muerte vienen provocados por el odio y la indiferencia de otros seres humanos. ¡Que el Señor nos libre de habituarnos a esto!”.
Pero en la Iglesia, indicó, “con la gracia de su compasión donada en Jesús, muchas familias demuestran con los hechos que la muerte no tiene la última palabra: esto es un verdadero acto de fe”.
“La oscuridad de la muerte va afrontada con un intenso trabajo de amor. ‘Dios mío, ¡ilumina mis tinieblas!”, podría pedir alguno.
“En la luz de la Resurrección del Señor, que no abandona a ninguno de aquellos que el Padre les ha confiado, nosotros podemos quitar a la muerte su ‘aguijón’”, dijo el Papa, a la vez que “podemos impedir que nos envenene la vida, echar a perder nuestros afectos, hacernos caer en el vacío más oscuro”.
El Santo Padre destacó que “en esta fe podemos consolarnos el uno a otro, sabiendo que el Señor ha vencido a la muerte de una vez por todas” y “la esperanza nos asegura que ellos están en las manos buenas y fuertes de Dios”.
El Papa reiteró que “el amor es más fuerte que la muerte” y por ello “el camino es hacer crecer el amor, hacerlo más sólido, y el amor nos cuidará hasta el día en el que cada lágrima será enjugada”.
“Si nos dejamos sostener por esta fe, la experiencia de luto puede generar una fuerte solidaridad de lazos familiares, una nueva apertura al dolor de las otras familias, una nueva fraternidad con las familias que nacen y renacen en la esperanza”. Y esto “nos da la fe”.
Sobre aquellos que ya fallecieron, el Papa Francisco afirmó que “el Señor restituirá y nosotros nos encontraremos junto a ellos”.
“¡Esta esperanza no decepciona!”, aseguró.