Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él.
Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
"Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron."
PALABRA DEL SEÑOR
La felicidad que propone Jesús tiene que ver con la profundidad de la propia existencia. No es esporádica, no es pasajera, es un modo de vida con raíces en el corazón. Es un camino marcado con la luz del Espíritu que nos hace atravesar los cantos de sirena de las felicidades esporádicas, basadas en dinero, en auto referencia, en el solo cuidado de sí mismo. La felicidad de las Bienaventuranzas es propositiva. Sale al encuentro del hermano, la hermana, en especial a los más lastimados. La felicidad de las bienaventuranzas viene de Dios, es gracia, regalo que recibimos todos los seres humanos. El desafío es que se hagan carne en nosotros. En el silencio y la quietud, invocamos el Nombre de Jesús.
Abrazo y bendición!
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